Una joya escondida entre murallas medievales y paisajes eternos.
Por Ehab Soltan
HoyLunes – Hay lugares que no se visitan, se descubren. Lugares donde el tiempo no se mide en horas sino en ecos. Donde una torre en ruinas guarda secretos de antiguos reyes, y una piedra musgosa recuerda al caminante que el pasado no está muerto: solo duerme. Así es Fuentidueña, una villa segoviana que no alza la voz, pero seduce con la firmeza silenciosa de lo auténtico. En la vasta geografía de Castilla y León, esta pequeña localidad se impone como un relicario vivo del medievo, una postal detenida en el tiempo donde la historia, el paisaje y la cultura se dan la mano sin estridencias.
Situada al nordeste de la provincia de Segovia, a orillas del río Duratón, Fuentidueña se alza sobre un cerro que vigila el valle como un centinela ancestral. Su topografía escarpada fue testigo de conquistas, repoblaciones y devociones que han esculpido en piedra una historia que hoy se respira en cada rincón. La entrada al pueblo ya es una declaración de intenciones: un arco de muralla románica da la bienvenida al visitante como si se abrieran las páginas de un libro antiguo.

El conjunto amurallado, aunque parcialmente derruido, conserva tramos suficientes para imaginar su magnitud original. La iglesia de San Miguel, una joya románica del siglo XII, se erige sobre un risco y se deja fotografiar por quienes buscan en la piedra la verdad del tiempo. No menos emblemática es la iglesia de San Martín, hoy en ruinas, cuyas columnas fueron trasladadas en el siglo XX al Cloisters Museum de Nueva York, un gesto que, aunque discutido, confirma el valor internacional del patrimonio fuentidueñense.
Otro punto imprescindible es la necrópolis altomedieval que se extiende bajo la iglesia de Santa María la Mayor, testimonio de la presencia visigoda y mozárabe. Como si fuera poco, el entorno natural que envuelve al pueblo es parte inseparable de su alma: el Parque Natural de las Hoces del Río Duratón se convierte en un santuario de biodiversidad y silencio, perfecto para senderistas, ornitólogos o simplemente amantes del sosiego.
Fuentidueña no es un decorado de postal: es un pueblo con vida, con nombres propios que sostienen la memoria y la proyectan al futuro. Gracias a la labor continua y eficaz de su ayuntamiento, asociaciones vecinales y gestores culturales, se han recuperado espacios, impulsado rutas patrimoniales y creado actividades que vinculan el turismo con la identidad local. La Fiesta del Vino, la Semana Cultural y las visitas teatralizadas revitalizan el tejido social, que invitan al visitante a formar parte de una experiencia compartida.

El turismo cultural en Fuentidueña se construye desde la verdad: sin edulcorantes ni promesas vacías. El que llega, se encuentra con un lugar honesto, donde cada piedra tiene una historia, cada calle una leyenda, y cada mirada una bienvenida. No hay artificios, hay raíces. Y en estos tiempos, eso es oro.
Fuentidueña no necesita promesas grandilocuentes ni fuegos artificiales. Su magia está en lo profundo, en lo antiguo que sigue vivo, en lo pequeño que encierra grandeza. Visitarla es abrir la puerta a otra manera de viajar: más lenta, más sabia, más humana. Y en ese viaje, uno no solo conoce un pueblo: se reencuentra consigo mismo.
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